Era un sábado cálido y gris de principios de verano. La
ciudad parecía vacía, o quizás las cinco de la tarde era demasiado temprano
para que nada pudiera ocurrir en el trayecto desde mi casa hasta la antigua
Tabacalera, adonde me dirigía para ver la proyección del documental “Edificio España”.
El portón estaba cerrado, demasiado temprano, efectivamente.
En la puerta contigua, la
Sala Oficial de Exposiciones estaba abierta: “Sinestesia,
colección olorvisual”. En el cuadernillo explicativo se leía:
“La palabra sinestesia proviene del griego "unión"
y "sensación" y nació para dar nombre a la unión de distintos
sentidos. Si normalmente olemos los olores, saboreamos los
sabores, oímos los sonidos y sentimos el tacto al tocar algo, en
muchos casos, el desarrollo nulo o escaso de uno de estos sentidos
nos hace desarrollar otro de un modo fuera de lo común. Pero, ¿es
posible experimentar sabores al oír palabras? ¿y ver colores al escuchar
un sonido? Por supuesto que sí, y eso es algo muy ligado al arte y a la
vida misma.”
Para hacer tiempo, y porque intuí que los olores de la vieja
fábrica y el fresco que brotaba de sus muros me ofrecían muchas posibilidades
para practicar la sinestesia, además del itinerario por los objetos, perfumes y
sonidos de la exposición, deambulé por
las galerías desiertas de un lado para otro. Los desconchados de la
pared, los marcos repintados de las puertas y la iluminación moderna, daban al ambiente anacrónico un aire
fantasmal. Al rato comencé a escuchar un sonido de pistacho, avellanas, el azul
era un color arrugado, el amarillo pinchaba...cuando salí a la calle tuve la
inquietante sospecha de que todo se había vuelto sinestésico.
En la nave central del edificio ocupado dos enormes
altavoces al pie de un escenario vacío llenaban la sala de música trance a todo
volumen. En una esquina, dos chicas agarradas a sus latas de cerveza cabeceaban
mirando al suelo, siguiendo el ritmo con movimientos hipnóticos. Aún era
demasiado temprano, sí, pero la sensación de que a esa fiesta no iría nadie se
iba transformando en certeza a cada momento, y la fiesta, la nave, y todo el
espacio tomaba un sabor mohoso, triste, por alguna razón pensé que ese debía
ser el sabor de los lugares derrotados.
Recorrí las galerías buscando el local de La Claqueta, las salas de
ensayo estaban cerradas, excepto una de ellas en la que se leía sobre la puerta
“música africana”, dentro alguien dormía la siesta en un sofá mientras sonaban
los 40 principales.
Aquella tarde los
corredores vacíos devolvían a la
Tabacalera su condición de edificio largamente abandonado.
Por fin conseguí llegar a La
Claqueta, el lugar parecía ser el único con vida de toda la fábrica, los asistentes
se saludaban y hablaban con agitación, algunos se besaban efusivamente.
Encontré una butaca libre en la segunda
fila, el ambiente festivo que me rodeaba me produjo la sensación visual de una
jarra de cerveza, las burbujas minúsculas subían a la superficie, ligeras y
despreocupadas, y flotaban alegremente entre la espuma.
Al poco rato un chico de gafas y barba surgió de algún lugar
y presentó el documental sobre el desmantelamiento del Edificio España. Una película de un edificio abandonado dentro
de otro edificio abandonado —pensé— y me vino a la memoria el mensaje de
WhatsApp que me envió una amiga poeta:
“Abandonamos edificios y ocupamos otros nuevos, con la
esperanza de tener mejores vistas, pero cuando llegamos a nuestra nueva casa, y
limpiamos el yeso y las gotas de pintura que los obreros han dejado en las
ventanas, lo único que encontramos en el cristal reluciente, es el reflejo de
nosotros mismos.”
Cuando le pregunté si estaba escribiendo un nuevo poema me respondió:
—No, me he mudado de apartamento.
El documental acabó y salimos a la calle desandando las
galerías, de vez en cuando nos cruzábamos con alguien, en la nave central las
dos chicas se habían ido y no había música, un grupo de ocho o diez personas hablaban alrededor de unas cestas
con verduras.
En la acera, el chico de gafas y barba, nos indicó un bar
donde tomar algo y comentar la película. Atardecía y las sensaciones
sinestésicas iban desapareciendo y convirtiéndose en reales, como las
conversaciones animadas, el camión de la basura, y los besos efusivos con los que nos
despedimos ya en mitad de la noche,
mientras un furgón cisterna del Ayuntamiento regaba la calle, otra vez
vacía.
Para los vagabundos : Jesús (el chico de gafas y barba), José Félix y Elena.
http://latabacalera.net/category/cine-forum-social/