martes, 27 de octubre de 2015

LA TABACALERA. CINE-FORUM LA CLAQUETA





Era un sábado cálido y gris de principios de verano. La ciudad parecía vacía, o quizás las cinco de la tarde era demasiado temprano para que nada pudiera ocurrir en el trayecto desde mi casa hasta la antigua Tabacalera, adonde me dirigía para ver la proyección del documental  “Edificio España”.




El portón estaba cerrado, demasiado temprano, efectivamente. En la puerta contigua, la Sala Oficial de Exposiciones estaba abierta: “Sinestesia, colección olorvisual”. En el cuadernillo explicativo se leía:



“La palabra sinestesia proviene del griego "unión" y "sensación" y nació para dar nombre a la unión de distintos sentidos. Si normalmente olemos los olores, saboreamos los sabores, oímos los sonidos y sentimos el tacto al tocar algo, en muchos casos, el desarrollo nulo o escaso de uno de estos sentidos nos hace desarrollar otro de un modo fuera de lo común. Pero, ¿es posible experimentar sabores al oír palabras? ¿y ver colores al escuchar un sonido? Por supuesto que sí, y eso es algo muy ligado al arte y a la vida misma.”




Para hacer tiempo, y porque intuí que los olores de la vieja fábrica y el fresco que brotaba de sus muros me ofrecían muchas posibilidades para practicar la sinestesia, además del itinerario por los objetos, perfumes y sonidos de la exposición, deambulé por  las galerías desiertas de un lado para otro. Los desconchados de la pared, los marcos repintados de las puertas y la iluminación moderna,  daban al ambiente anacrónico un aire fantasmal. Al rato comencé a escuchar un sonido de pistacho, avellanas, el azul era un color arrugado, el amarillo pinchaba...cuando salí a la calle tuve la inquietante sospecha de que todo se había vuelto sinestésico.








En la nave central del edificio ocupado dos enormes 
altavoces al pie de un escenario vacío llenaban la sala de música trance a todo volumen. En una esquina, dos chicas agarradas a sus latas de cerveza cabeceaban mirando al suelo, siguiendo el ritmo con movimientos hipnóticos. Aún era demasiado temprano, sí, pero la sensación de que a esa fiesta no iría nadie se iba transformando en certeza a cada momento, y la fiesta, la nave, y todo el espacio tomaba un sabor mohoso, triste, por alguna razón pensé que ese debía ser el sabor de los lugares derrotados.



Recorrí las galerías buscando el local de La Claqueta, las salas de ensayo estaban cerradas, excepto una de ellas en la que se leía sobre la puerta “música africana”, dentro alguien dormía la siesta en un sofá mientras sonaban los 40 principales.




Aquella tarde los corredores vacíos devolvían a la Tabacalera su condición de edificio largamente abandonado. Por fin conseguí llegar a La Claqueta, el lugar parecía ser el único  con vida de toda la fábrica, los asistentes se saludaban y hablaban con agitación, algunos se besaban efusivamente. Encontré una butaca  libre en la segunda fila, el ambiente festivo que me rodeaba me produjo la sensación visual de una jarra de cerveza, las burbujas minúsculas subían a la superficie, ligeras y despreocupadas, y flotaban alegremente entre la espuma.




Al poco rato un chico de gafas y barba surgió de algún lugar y presentó el documental sobre el desmantelamiento del Edificio España.  Una película de un edificio abandonado dentro de otro edificio abandonado —pensé— y me vino a la memoria el mensaje de WhatsApp que me envió una amiga poeta:



“Abandonamos edificios y ocupamos otros nuevos, con la esperanza de tener mejores vistas, pero cuando llegamos a nuestra nueva casa, y limpiamos el yeso y las gotas de pintura que los obreros han dejado en las ventanas, lo único que encontramos en el cristal reluciente, es el reflejo de nosotros mismos.”



Cuando le pregunté si estaba escribiendo un nuevo poema  me respondió:



—No, me he mudado de apartamento.





El documental acabó y salimos a la calle desandando las galerías, de vez en cuando nos cruzábamos con alguien, en la nave central las dos chicas se habían ido y no había música, un grupo de ocho o diez  personas hablaban alrededor de unas cestas con verduras.



En la acera, el chico de gafas y barba, nos indicó un bar donde tomar algo y comentar la película. Atardecía y las sensaciones sinestésicas iban desapareciendo y convirtiéndose en reales, como las conversaciones animadas, el camión de la basura,  y los besos efusivos con los que nos despedimos ya en mitad de la noche,  mientras un furgón cisterna del Ayuntamiento regaba la calle, otra vez vacía.






            Para los vagabundos : Jesús (el chico de gafas y barba), José Félix y Elena.

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3 comentarios:

  1. Esta mañana también un poco gris, he llegado a mi lugar de trabajo con pensamientos nada "sinestésicos", embuida en las distintas tareas que me esperaban. Pero al leer tu texto, y recorrer el lugar, a tu modo, a tu manera; he olido el moho y la cerveza, he sentido el pichazo del amarillo, he pasado mi mano por los marcos repintados, me he visto reflejada en un cristal reluciénte, tan reluciente, que veía todo el abandono detrás, incluso me he arrepentido de haberlo limpiado, no me gustaba lo que veía.
    En fin que las sensaciones no me han abandonado y , me pregunto ¿Existe mejor "sinestesia" que un buen texto".

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  2. Totalmente de acuerdo con el primer comentario, una vez más has escrito un texto totalmente "sinestésico", y además gracias a él he aprendido un adjetivo más, voy a empezar a utilizarlo y ya te contaré ; -)

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  3. Me ha encantado, un nuevo objetivo: buscar sinestesias, mezclar percepciones suena a pasar a otra dimensión, qué sugerente! Gracias por el paseo.

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