viernes, 31 de julio de 2015

La Gran Vía. Inmediaciones





—Entropía, eso es de lo único que podemos estar seguros, el caos, la diáspora de nuestras conciencias, la expansión del Universo, el choque de Andrómeda con la Vía Láctea…


— ¿El choque de qué? —pregunta ella volviendo en sí de pronto.


—De galaxias, Andrómeda y la Vía Láctea chocarán dentro de cuatro mil millones de años. Está confirmado. Cada elemento tiene su  coeficiente propio de expansión, la materia y la no materia, todo, hasta las cosas que uno menos se imagina se expanden, se disuelven en un magma infinito, todo, hasta el amor, aunque nadie quiera reconocerlo, el amor también se expande y se pierde por ahí, por algún puto lugar del Universo.


—Ya…


—¿Te imaginas?  Si lo reconocieran, si alguna vez fueran conscientes, tus padres y los míos y toda esa gente que piensa que sus vidas se rigen por un orden, que se creen felices cuando la realidad es que viven con amores expandidos, difuminados… saltarían por las ventanas…


—¿Por qué tendrían que saltar?


—¡Por lo del amor!  por lo de Andrómeda no creo…


 —Pues no sé, no lo veo…tú lo sabes y no saltas… 




Son jóvenes. Él es exaltado e incapaz de soportar el peso de sus propios pensamientos. Ella ni siquiera parece darse cuenta de lo mucho que le gustan los lugares inverosímiles. Él se ha iniciado a la verdadera tristeza adulta. Ella vive una vida llena de tabiques y puertas correderas.




El mundo parecía tan distorsionado por el calor, sin nada real e irreal. El Palentino de la calle del Pez ya estaba abierto o aún no había cerrado. 


Algunos andábamos por ahí como sonámbulos buscando el fresco de la noche y el consuelo de la madrugada. Reducidos también por el calor  a nuestra condición orgánica, no éramos más que una maraña de ensamblajes eléctricos moviendo articulaciones como pasos sobre la acera,  un rumor amordazado de tuberías, un borboteo desde algún lugar remoto, un bombeo silencioso de la sangre y el café con leche.



El camarero retira las tazas de los chicos que acaban de marcharse y se apoya sobre la barra de zinc embobado en el ir y venir del ventilador, la gota de sudor  ha dejado de caer y queda varada en un surco de la frente. Al fondo del bar un hombre de la época de la movida mira hacia la calle, como esperando durante todos estos años y en esa misma mesa que sus colegas aparezcan por la puerta.



Con el amanecer llegan los primeros ruidos invisibles de los aledaños, de esas calles ocultas con recato detrás de las arrogantes fachadas de la Gran Vía. En la Calle del Pez  las primeras luces  y  esa felicidad  de las inmediaciones que ronda como perdida y que de tanto dar vueltas termina por encontrarte, una felicidad de carretera secundaria, o la felicidad llena de promesas que planea sobre la sala de cine en el momento en que se apagan las luces.



Me pregunto si éste será uno de esos  momentos  intrascendentes que nos quedan misteriosamente grabados y regresan un día con mayor plenitud incluso que el día que los vivimos.


De camino a la Gran Vía me adentro en el territorio de lo real en que el amanecer deja de ser tal cosa para convertirse en una mañana, la luz  emerge con violencia por detrás de la sombra de las arquitecturas dejando ver el paisaje de oficinas, aparcamientos, loción after shave y colonia de baño conjurando  las pesadillas de la noche calurosa.



Todo cambia, las ciudades cambian y sin embargo algunas cosas parecen tener la fuerza de seguir siendo las mismas. Cuando paseo por la Gran Vía me gusta mirar hacia arriba, las fachadas apenas han cambiado; si la vida consiste en su mayor parte en que nada quiere permanecer allá donde está, la Gran Vía parece rebelarse a esa inquietud de los cambios, como un ídolo o alguna clase de dios atemporal observa a la gente ir de acá para allá, a cualquier lugar, siempre cargando consigo misma.




5 comentarios:

  1. Qué tiempos, terminábamos la noche desayunando en el Palentino, a algunos de los clientes famosos les corría por las venas mucho más que café con leche.

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    1. Eso me han contado, llegué a la movida al final de su apogeo

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  2. Los que conocimos el Palentino en esa epoca compartimos un secreto costumbrista que se va alejando segun los años entierran los recuerdos. Pero siempre nos quedara Andromeda. Por cierto Carmen, alli hemos estado juntos alguna vez.

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  3. Buena memoria Antonio, fue precisamente en esa noche de cañas cuando me entraron las ganas de escribir sobre ese bar; un lugar por dónde no parecía pasar el tiempo.

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  4. Madrugada en la Gran Vía, los remates en lo alto de las fachadas parecen aún más surrealistas. Bonito paseo y relato, habrá que pasarse por el Palentino, pocos vestigios de la movida quedan.

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