domingo, 19 de abril de 2015

El Mercado de San Miguel. Una cuestión de tamaños


Esta tarde he quedado con mi amigo Carlos en el Mercado de San Miguel. El  motivo era celebrar que después de dos años vendiendo seguros por toda la provincia, se va a vender arte a la GV Art Gallery , una de las galerías más “cool” de Londres, en  Regent´s Park; y es que a veces los sueños de algunas personas se hacen realidad, aunque pensándolo bien, Carlos nunca ha sido de los que pierden el tiempo soñando.


Me pregunto por qué me habrá citado en este sitio del que siempre hemos convenido que es un timo para guiris, aunque tengo que reconocer que disfruto mezclándome en ese ambiente internacional en el que siempre son vacaciones; donde la alegría de la vida se manifiesta sin ambages al pagar seis euros por una taza de chocolate y dos churros, y los productos se exponen en los puestos con tal grado de belleza y armonía que trascienden su cualidad orgánica de simples alimentos.

He llegado pronto, incluso para los turistas es temprano para cenar y se puede pasear ampliamente por los pasillos, al pasar por la frutería me he parado a contemplar el colorido, no recuerdo haber visto nunca juntas tantas variedades de manzanas.
—Póngame dos manzanas de aquellas rojas, por favor— le he pedido al dependiente, que se toma su tiempo eligiéndolas, levantando una por una e inspeccionándolas como si fueran a pasar algún examen: elige las dos más grandes. Son unas manzanas tan cautivadoras y atractivas como su nombre: “red delicious”.


El frutero estaba pesando las manzanas cuando la señora que tenía el turno detrás de mí ha dicho:

—Oiga, discúlpeme…pero no me parece bien que le ponga las manzanas más grandes a la joven  ¿Y los que llegamos  después qué? ¿Tenemos que pagar el mismo precio por las pequeñas?

Debe tener unos setenta años, va impecablemente peinada y maquillada, no se le parece especialmente, pero por alguna razón me recuerda mucho a Lauren Bacall,  es de esas mujeres tan elegantes que parecen incapaces de incomodarse por nada, lo que me hace pensar que simplemente tiene un mal día y ha salido a la calle buscando alguien con quien pelear; pago las manzanas y me voy dejando a la señora reivindicativa y al frutero en plena discusión.
Siguiendo instrucciones específicas de mi amigo me dirijo hacia el puesto de las ostras y me siento en la mesa de enfrente ocupando el taburete contiguo con el abrigo, aún faltan veinte minutos para la hora de la cita así que me dispongo a esperar; coloco las polémicas manzanas sobre la mesa por el simple placer de mirarlas; aunque se trata de una celebración, el momento no deja de tener su parte  triste porque en el fondo es una despedida.


Una pareja de jubilados franceses se para a hacer fotos al puesto de las ostras, fotografía la estructura de madera del techo y se gira hacia mi lado de pasillo, el hombre le comenta algo a la mujer señalando las manzanas que se exhiben orgullosas sobre la mesa. Lo único que entiendo de la frase es  la palabra “formidables”. ” Formidable”, pienso: si alguno de nosotros utilizásemos esa palabra pareceríamos snobs relamidos, sin embargo es envidiable cómo los franceses la utilizan sin pudor. Siempre he pensado en el francés como un idioma capaz de transformar la realidad en una pantalla de cine,  y en los franceses como personajes  inventados, no por ellos mismos como el resto de los mortales, sino por algún guionista que planeara todas las escenas de su vida. 


La pareja pasa de largo con su charla en francés mientras siento cómo el mercado va virando de su aspecto original al formato celuloide. Han llegado dos mujeres que se sientan en los taburetes de mi mesa que permanecían libres, una a mi derecha, la otra enfrente. Vienen de compras con bolsas de ropa de marca, deben tener unos cuarenta años, una de ellas coloca a conciencia las bolsas en el suelo debajo de la mesa,  mientras la otra  ha ido al mostrador del puesto y vuelve con dos copas de cava y un plato de ostras,

—Pero entonces… ¿Era tan…tan pequeña?

—Ni te lo imaginas, en mi vida había visto cosa igual  ¡Muy mal eh…! Que dices a ver, si no te voy a pedir ser el padre de mis hijos...¡Y qué mala suerte, porque no era un mal hombre, pero qué difícil es coincidir!

—¡Ay, pobre! ¿Y qué hiciste, no se lo dirías, no?

—No, no, ahí me porté, disimulando…

—Pero te lo notaría en la cara, seguro ¡Uf… si soy yo anda si me lo nota!

—No, no. Estábamos con la luz apagada.

—Menos mal, eso acaba con el ego de los tíos de por vida.

—Sí, si…Menos mal para él, pero, ¿y yo qué?

Se miran una a la otra y como quien ha estado aguantando la risa durante mucho tiempo estallan en una carcajada simultánea, brindan con el cava y empiezan con las ostras:

—Aunque peor es lo mío, que para una vez que me encuentro con el hombre perfecto en TODOS los aspectos,  a los tres  meses se da cuenta de que “no estoy preparado para una relación”.

Pues eso, mala suerte...

—Pues sí, y más aún después de lo que he aguantado estos últimos años...¿Qué tipo de pareja puede funcionar sin atracción, sin deseo?

Suena el móvil de una de ellas y habla apenas un minuto:

—Mi ex, que hoy tampoco puede recoger a Laura de Inglés. ¡Qué hijo de su madre va a ser toda su puta vida!
Apuran las copas y salen a toda prisa cargando con sus bolsas y sus quejas.

Al fondo del pasillo veo aparecer a Carlos sonriendo con su traje de falso vendedor de seguros, Carlos es de esos tipos altos y flacos con manos grandes, que andan siempre como a destiempo, sin ritmo.

—Acabo de escuchar una conversación entre terrible y formidable, le digo antes de darle tiempo a hablar.

—Vale, vale, vale…Hold your horses, vamos a pedir que esto se está petando y luego seguimos con los cotilleos. Veamos…tienen cava y ostras pequeñas, medianas o grandes…

—¿Invitas tú, no?

—Of course my Darling —dice haciéndome reverencias con un sombrero imaginario— puedes pedir las que quieras.

—Las grandes —digo —. Elijo las grandes