jueves, 18 de febrero de 2016

Entre Sol y Canalejas




   Esta noche al llegar a casa me he dado cuenta de 

que hoy,  durante todo el día,  he ido perdiendo una 

tras otra, varias oportunidades de ser completa, al

cien por cien, garantizada y eficazmente feliz.

Era un día soleado pero desapacible. Soplaba el 

viento del Norte. Las fuertes rachas  hacían volar 

melenas y sombreros. El viento infundía en la ciudad

  una prisa distinta de la habitual en un día de

 trabajo. No  era una prisa concreta por llegar a un 

determinado lugar a una hora exacta, sino una prisa 

por huir, por escapar, por desaparecer. Parecía que 

todos estuviéramos en el sitio equivocado, y 

caminábamos por la calle, encogidos y apresurados 

por llegar a cualquier otro lugar.



Atravesé  la Puerta del Sol donde hoy tampoco 

paseaba ningún turista. Fue en el cruce de la Carrera

 de San Jerónimo, cuando perdí la primera

 oportunidad. Entre la aglomeración de gente

 esperando en el semáforo,  me fijé en una gitana

 con un pañuelo negro en la cabeza. En el instante en

 que el semáforo cambió a verde y cruzamos el paso

 de cebra, puso delante de mis ojos una ramita de 

romero y claramente escuché:

—¡ Cómprame la suerte niña, la salud y un novio feo,

que nadie te lo quite! 

Llegué  a la acera de enfrente empujada por el

 tumulto de los peatones. En Espoz y Mina el paso 

estaba interrumpido por una multitud que esperaba 

junto a la Administración de Lotería. En el escaparate

 se leían grandes carteles anunciando un premio gordo:


—“ Si puedes soñarlo, puedes tenerlo”.


 Seguí adelante intentando no chocar con nadie por 

la estrecha acera de la Carrera de San Jerónimo. Me

 dirigía a la Plaza de Canalejas. El café de cristaleras

 que hace esquina con la calle Príncipe estaba medio

 vacío. Elegí una mesa de las que dan a la plaza. 



 Reconfortada al fin,  a salvo del vendaval. Olía a 

napolitana de crema recién hecha. Pedí un café. Me 

disponía a abrir uno de mis libros cuando escuché 

una voz detrás de mí:

—“¡Para hoy, para hoy cupones… ¿señora un cupón? 

llevo el trece y el ocho, me queda el trece, los 

últimos para hoy…!



Di las gracias al hombre apenas

 sin mirarlo  y volví a mi libro. 

La camarera andaba por el local

 recogiendo tazas vacías

 y limpiando las mesas. Se paró 

en la que estaba al lado mío, y 

al levantar la cabeza la vi 

guardarse en el bolsillo del 

delantal unos sobrecitos vacíos

 de café.

—Son para el concurso —dijo sin que le preguntara 

nada— ¿Usted no los envía?

—Pues no…— acerté a decir sin saber muy bien a 

qué se refería.

Debía tener unos cincuenta años, era regordeta y 

guapa e iba muy maquillada.

—Pues yo no paro de mandarlos, imagínese un 

sueldo de dos mil euros para toda la vida…—¡Qué 

felicidad! ¿no?


Había quedado en un 

lugar no muy lejano a la

cafetería. Cualquier otro

día habría  ido paseando 

pero ya en la calle, y con

la primera ráfaga de 

viento decidí tomar el 

metro. Desanduve el camino hasta Sol.  A la entrada

 el Maestro Sekouba repartía sus propias tarjetas de

 propaganda. Era un africano alto.

Su imagen me hizo pensar en algún tipo de árbol. En 

sus rasgos no había nada que indicara estar molesto 

por el vendaval, se le veía imperturbable y digno. 


“ Soluciono todo tipo de problemas. Rapidez, eficacia

 y garantía 100%...”


Entré en el metro y de

pronto me vino a la

 cabeza algo que leí o

 escuché:

 “El problema de la 

felicidad es que no nos 

hace felices”.

 Y luego he estado toda la tarde con esa canción 

infantil en la cabeza:

Coro: “Buenas…¿ tienen palillos, muchos palillos, 

para vender?

Tendero: Sólo tengo un palillo, pregunten en otra 

tienda.

— “Buenas…¿ Tienen palillos, muchos palillos, para 

vender?

— Sólo tengo una caja, pregunten en otra tienda.

— “Buenas…¿ Tienen palillos, muchos palillos, para 

vender?

— Sólo tengo 10 cajas, pregunten en otra tienda.

— “Buenas…¿ Tienen palillos, muchos palillos, para 

vender?

— Sólo tengo 100 cajas, pregunten en otra tienda.

— “Buenas…¿ Tienen palillos, muchos palillos, para 

vender?

— Sólo tengo 1000 cajas, pregunten en otra tienda…

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