sábado, 30 de enero de 2016

CALLE DE LEGANITOS



   Hay un supermercado chino en la calle Leganitos, cerca de la Plaza de España,  en el que se puede encontrar todo tipo de productos. Desde los más exóticos, hasta los que empezaron siéndolo, y con el tiempo se han hecho habituales en la cocina occidental. Lo cierto es que esta calle se ha transformado en los últimos años en un mini barrio chino paralelo a  la Gran Vía.


   Yo estaba allí el otro día mirando entre las estanterías del supermercado. Era sábado y hacía fresco. La puerta estaba abierta a la calle. A pesar de que era la hora de la comida había pocos clientes. La tarde era lenta, había como un humor de siesta, de ciudad deshabitada, parecía que todos sus habitantes se hubieran puesto de acuerdo para permanecer callados a la vez, sin quejas, sin expectativas.
   
Los clientes también deambulábamos por la tienda reconcentrados en nosotros mismos, pensativos entre los estantes de té y sopa miso. Al rato, desde la vitrina de  comida envasada llegaban unas voces ásperas :

   —¡Eh, mirad! —exclamó una voz masculina— ¡Aquí es donde esconden las pezuñas de los gatos!

   Hubo graznidos de risas y otra voz contestó:

   —¡Ratas y ratones al jengibre…qué delicatesen!
Eran tres jóvenes de veintitantos años.


   Ante las protestas del encargado empezaron a jugar con los paquetes de comida. Como si fueran pelotas de baloncesto, las hacían volar de unos a otros por encima de la cabeza del chino.


Se veían bien alimentados, vestidos con ropa de marca, exultantes desde algún tipo de superioridad. Parecían incapaces de experimentar cualquier clase de emoción salvo la propia autosatisfacción. A su lado, el encargado de la tienda,  se enfrentaba a ellos:

   —¡No gatos, no latones! ¡Salil tienda llamal policía!

   El encargado era un hombre de unos cincuenta años, enjuto, pequeño, con la cara marcada de arrugas. Daba la impresión de estar liofilizado igual que las algas que colocaba en las estanterías. Como si el tiempo se hubiera ido apoderando de su carne, y  tal vez mediante algún proceso químico, se le pudiera descomprimir y recuperara su estado natural, como las algas al contacto con el agua.


De pronto en la calle se escuchaban voces y risas. Un hombre alto, elegantemente vestido con traje y corbata, sobre el que llevaba un abrigo color camel, ladraba desde la acera de enfrente del supermercado.
    A su alrededor se había formado un círculo de curiosos. Las risas procedían de un grupo de cuatro o cinco hombres y mujeres, que se miraban y se apoyaban los unos en los otros,  encogiéndose y limpiándose las lágrimas con pañuelos de papel. Era una risa descomunal, arcaica, hacía pensar en animales primitivos. Por el contrario, los ladridos del hombre sonaban acompasados, rítmicos, como un lenguaje en clave. El cuerpo erguido, la cabeza levantada mirando al cielo y el ladrido casi musical daban al hombre la apariencia más sensata del grupo.
Desde el balcón de un hotel un hombre fumaba contemplando la escena. Una pareja de policías se acercaba bajando la calle desde la Comisaría. El encargado del supermercado les hablaba con grandes aspavientos.  Uno de los policías llamaba por la emisora, mientras el otro, que parecía desdichado, miraba alternativamente al chino de la tienda y al hombre que ladraba, sin decidirse a cuál de ellos atender.
   La calle cobraba un aspecto extraño, una mezcla desconcertante formada  por ese gran alboroto y por personajes solitarios.  
   Pagué mi caja de té y me fui. 

4 comentarios:

  1. Nos hemos quedado sin saber que hacia el policía triste. Un clásico en tus relatos, dejarnos con ganas de más...

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  2. venga sigue, con lo interesante que estaba...ahora nos toca imaginarnos el resto;-)

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  3. La calle Leganitos! La Meca de los que íbamos a ver instrumentos musicales, antes de internet claro, cuando los tocabas y olías la madera. Me ha gustado, empezaba a engancharme y se acaba cuando se pone más interesante, por favor qué hicieron los policías!?

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  4. Como no dejáis de preguntar qué pasó con la policía os contestaré con varias opciones:

    1.- Opción de la vida real: La policía llama al 112, que le da unos tranquilizantes al hombre que ladra y se lo llevan.

    2.- Opción de relato fantástico: Comienzan a llegar más hombres que ladran, cada vez más, hasta que invaden el planeta e imponen el ladrido como lenguaje universal.

    3.- Opción de relato dramático: El policía reconoce al hombre que ladra como un hermano desaparecido desde la infancia (por eso estaba triste).

    4.- Opción de relato absurdo: El policía obliga a los jóvenes que incordian al chino a ponerse a ladrar. Les apunta con la pistola, y les da una escoba para que dejen limpia la calle....

    Etc...

    Gracias por vuestros comentarios.

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